miércoles, 3 de febrero de 2010

La explotación

El factor tiempo

Para poder conseguir el pan y la leche que un hombre comió en un determinado día necesitó trabajar antes para obtener el dinero necesario. Es decir, se ajustó a las reglas del juego que apenas una minoría diminuta ha impuesto desde el principio en que los sumerios inventaron la moneda y desplazaron al trueque.

Empezando por el tiempo en que el hombre protagonizaba el día con la muerte de un animal para poder comer, resulta difícil definir cuál es la razón de vivir de un ser humano actual donde la presencia de metas y del desarrollo personal están por encima del sustento del presente, el cual es imposible evitar en el transcurso de un solo día.

Cuando un hombre se proyecta al futuro, la idea de la frustración está latente pero no visible dentro de la mente. No es posible descartar la idea siendo que la frustración conlleva a la razón de que el futuro propuesto ya en un determinado pasado no fue posible llevarlo a cabo. Por consiguiente, la idea de vivir el presente es más razonable e inmediata que levantarse en el día y pensar en lo que ocurriría mañana no sólo por ser incierto, sino por saber que todo depende de lo que se haga en un determinado presente, es decir, hoy.

El futuro es incierto y no existe porque en la incertidumbre se encuentra el vacío en el que una idea, incierta o no, se pierde porque su esencia es indeterminada o bien, tampoco existe. Si uno estudia en la universidad y en el día estudia lo que dio en el día y cumple con la elaboración de los trabajos, la idea del futuro estará latente pero nunca se cumplirá mientras el tiempo no decida detenerse. El tiempo, al final, termina definiendo el futuro pero el tiempo, al cabo de todo, es el que terminará venciendo a la incertidumbre aunque depender de que eso sea factible también es proyectarse a la incertidumbre del futuro. En este momento hablo de la posibilidad de que el tiempo pueda ser el alivio que encontramos en la poca noción que tenemos del futuro. Sin embargo, depender de ello sería el octavo pecado. Es como creer en Dios sin haber determinado su existencia. Por lo tanto, todo lo incierto no existe.



La mecánica organizacional

Actualmente, el ser humano carece de la suficiente noción de la proyección en el presente y su trascendencia por la culpa de las disposiciones morales que el capitalismo imperante ha impuesto a través de la globalización y el consumismo. Las metas sobran cuando la falta de tiempo es mayor pero esa esquizofrenia, oculta en la oquedad cerebral de los empresarios que alardean con el desarrollo del personal que, a la vez, les provee del dinero necesario para acumular su preciado capital, se percibe a simple vista a través de una mirada más profunda dejando de lado el egoísmo negativo demasiado humano. Tanto es así que el cúmulo de horas laborales ha aumentado en los últimos años teniendo en cuenta que, al principio, la máxima cantidad de horas laborales en cualquier empresa era de 8 horas. Hoy, las horas necesitan extenderse porque la tecnología ha superado la capacidad humana de trabajo que resulta casi imposible obligar al ser humano a que trabaje como una máquina programada. A pesar de ello termina siéndolo gracias a las capacitaciones ofrecidas por las empresas que manejan bancos de datos de personas en busca de trabajo. Estas empresas sólo se limitan a seleccionar y formar personas para la explotación de manera que la producción en la empresa crezca y el manager se engulla las ganancias que, lastimosamente, son incomparables con el salario que percibe cualquier persona que acaba de empezar a trabajar. Los ejecutivos sólo se limitarán, como dice Proudhon, a gozar de los frutos de trabajo sin realizar ninguna de las tareas del trabajo. La selección de personal, entonces, no es más que la búsqueda de personas súper poderosas que no piensan mientras trabajan. Esto hace de la rutina un asunto vital e inevitable en la cotidianeidad que, alejándolos del raciocinio y de la reflexión, termina hundiéndolos en la explotación. Los beneficiados sólo son una terrible minoría que piensa que los premios y aguinaldos harán la función de consuelo para sus empleados mientras la cultura del ser humano ya se ha perdido gracias al automatismo impuesto por más que, para el sector privado, la carencia de cultura tenga poco o nada que ver con el desarrollo personal. El dinero es lo que importa. Y el capital, claro. La rutina entonces impide a uno reflexionar pues eso es cosa de “filósofos lunáticos”.