martes, 24 de mayo de 2011

Oda olímpica

“Mens sana in corpore sano”
(Décimo Junio Juvenal)

Cual furia labrada en el terreno por Alcmena recogido,
a los celos de Hera dos serpientes accedieron
que la inocente pureza del heroísmo virginal
en la cuna del beato se propusieron a ahorcar.
Mas la bendición divina por la semilla concebida
mataron a estas bestias tras el aire que pronto expulsaron
por las manos inmaduras del ingenuo inmortal
que indolente las despacha cual soldado veterano.


Oh, el dolorido cincel que graba el bronce vital
del destino que mostróse cruel para Heracles,
sella febril una condena acaso inmortal
a la existencia del héroe que rudo aguardará.
Y la gloria del porvenir acaso irreal
vivirá en las cabezas de la Hidra del Lerna;
con rudo estupor él ciñe la espada
y la sangre fulmina un destello triunfal.


Pero la conquista de doce empresas fatales
no justifica el acabamiento de Megara,
que un desafío para el destino del hombre
sería el argumento de la muerte de sus hijos.
Y en honor a las hazañas por él mismo abatidas
funda la tierra máter de la misión homérica al humano
retando la capacidad acaso de límites carnales,
se desprende la pugna de mil dudas a zanjar.


Y en los cimientos de la Olimpia se levantan colosales
las pilastras del templo del rey de los dioses;
Hera y Deméter custodian las diestras
en el terreno de intangible poderío natural.
Pero un historial competitivo se revela
por el sudor hastiado que riega el sedimento
de corpulentos transportes con piedras calizas
que báñanse en las jónicas aguas del Alfiós.


Mas la obra de Fidias que parece invulnerable
tallada en el mármol de supuesto inacabar
lega al destino humano el magno deber
de imitarla perfecta para saldarla invicta.
Pero no hay oro ni marfil que confiéranse a Zeus
en toda la Olimpia de mármol opulenta,
pues la mente del hombre figura en la piedra
que a merced del talento hoy ha de tallarse.


Por la primacía de trescientas jornadas veloces,
el gimnasio de Élide entrena a los áticos
que la sangre auténtica y pura acopian
en sus venas de bronce, hercúleo metal.
Y cuando relumbran la perfección y el heroísmo
del hombre capaz de retar a los dioses,
en el éter un eco vociferando victorias,
diafaniza el azur del empíreo observante.


Si el cuerpo, la mente y el alma impugnan
la fusión poderosa de hiel y ventura,
en la arena turbada y vivaz se atesoran
las huellas de las grebas del valiente titán.
Pero a los pies del templo del soberano se explota
la portentosa aptitud que compite ferviente;

ya la mente pujante resuena la gloria
y, hallando la perfección aguija sapiencia.


Y los nervios de la siniestra del discóbolo lanzan
el platino que refleja los rayos de Apolo
cuyo eterno albor llamando a los hombres,
retará a su brío y les concederá la gloria.
Y la fuerza demostrada por los gladiadores
sacude la arena, ¡ellos insisten revancha!
En el campo el triunfo podría sonarse
por parte del que guarda la magna agudeza.


Ya la antorcha bravea con llamas candentes
ensalzando el furor de la auténtica lucha.
Sano el espíritu y recio el cuerpo
perduran unidos en la esencia humana.
Y el suspiro encendido que vierte el esfuerzo
con ardor desgastando las fuerzas biológicas,
demuestra la potencia del triunfo anhelado
que delega laureles la franca Mnemosina.


Toma el espíritu, Oh, Olimpia, del altivo vigor,
pues la vil ignorancia a tus vasallos se postra;
no hay ménades que opriman la grandeza de Orfeo
y encorvan las rodillas los fieros malvados.
Heracles sonríe mientras vislumbra la arena
que el fracaso de los iletrados mortal engulló;
ahora un bastión se exalta magnánimo
con fuerza amparando la sofía humana.


Urano y Nereo conducen llegados
a Grecia, anfitriona, del espectáculo olímpico.
Se inaugura una competencia de perfil mundial;
ya los pueblos gladiadores sus banderas flamean.
Fogonazos coloridos destellados al cielo
ya alaban a la furia de la gran competencia
y desfilan los atletas que aspiran ganar
la recompensa de las manos del grande Zeus.


Do caen grandes aguas el pueblo se alegra
con júbilo honrando hasta a la América austral;
hoy la bella plata bruñida se encuentra
timbrando el trofeo de la fuerza indo latina.
Mas aquellos que pisan el suelo demiurgo,
glorificando la bandera plácida, justa y libre,
prudentes viajaron por los senderos de Océano
para llegar al metropolitano estadio sagrado.


Y ovaciona el mundo el poderío olímpico,
las musas apadrinan a los hijos de Palas.
La épica narrada por siempre resuene
avalada por la pugna de una justa devoción.
El pentathlon al infinito marche de Olimpia
y divise un lejano colofón universal:
¡Las necias cabezas extintas se encuentren!
¡Al culto lauree un perpetuo galardón!


3er Puesto - Categoría "No profesional" - Premio Cabildo (Poesía) - 2004