lunes, 6 de octubre de 2008

Ofelia y el lazo

Sentir la inocencia en la piel rosa que te cubre
es ahogarme en el precipicio póstumo de la culpa
que me ata sin piedad a los postes mohosos y añejos
de tu triste y fresca voluntad.

No…
No bajo la cabeza que dulce espera el soplo del viento norte
dispuesto a erizar mi piel que se rasga ante los confines de una falsa plenitud.
Es que pretendo que todo emerja en mí y que un capullo pequeño y blanco
engendre en su pistillo una gota de sangre que pueda alimentarme de mi yo.

Sé que la disputa está en mí y lidiar no puedo porque estoy atado
y disfruto de tu ira porque te enloquece mirarme como a un espejo
que refleja la infame mirada de la represión que te carcome.

No…
No es la legitimidad la que te cubre con su manto de tul
y la que oculta tus algos y tus todos que te hacen culpable
de ser inocente y de verter en tus capullos un fuego fatuo
que enardecería tu inocencia y vilmente la desenmascararía.

Pero estás ahí clamándote a vos misma la ingenuidad que pretendías fulgurar
a pesar de que en tus ojos brillaban las rejas herrumbrosas
que encerraban tus deseos y tus muros para no dejar salir tu cohibido corazón.

No…
No has luchado contra tus límites cuando reconocías el oasis detrás de su espejismo
incluso cuando lo tenías de frente y el aroma fatigoso del calor de tu cuerpo
precisaba también de la neutralidad fría asociada a lo inesperado
cuando viola tus espacios para invitarte a pertenecer de una vez a la quimera.

Soy esclavo de mis quimeras y esclavo de la culpa que te ata a tus algos y a tus todos
mientras no podés regresar llena de gracia al origen que te parió sin querer desgraciarte
siendo que los rumbos que tomaste nunca los cambiaste aún conociendo tu poder.

Yo sólo muero sin mirar adelante la enardeciente conciencia que se consume
como el ego de aquellos que pretendían superarse.
Sé que tu fusión con ellos es imposible porque un lazo te une aún al vacío
aunque no quieras reconocerlo.




La piedra roja que se encontraba muy sola al costado de la calzada

Una gota.
El trueno quiebra y un perro me ataca:
en mi pierna hay una mordida
y la lluvia se escurre en mi desnudez infantil.

Y es entonces que entiendo
que prefiero ante todo no dar vueltas
y apurarme para decir que sólo pretendía
una piedra apreciar con mis ojos
hasta que apareció el perro
que me mordió.

Yo, huevo

Me despojo de la culpa un rato
y resisto los achaques de la conciencia.

Como un huevo que florece en tu ojo
observo con delicadeza las curvas de tu cuerpo.

Y te dejo