te veo erguida en tu plano propio.
Esas desastrosas manos que te tocan

al pasar no son más que tunas
que te rozan vehementes.
Más arriba de ese torso tapado
por malditos tejidos
tu cuello emerge como
sagrado obelisco en el templo
de tu embeleso.
Pero, por desdichas de la suerte
de los desgraciados,
tu rostro se opaca por la austeridad
de un tabacopas insolente.
Es en ese bondi de hojalata
donde respiro,
donde te miran,
te traicionan, te engullen,
te envidian, te acosan,
te tocan, te violan
y te excitan
el lugar del querido virus
que se propaga para azotar
los cuerpos de las
criaturas hermosas.
¿Acaso no me podés dejar ver
un poco de ese rostro hermoso
que se esconde bajo un artificio
de la lucha contra las infecciones?
Enfermáte por mí, criatura,
que tu sensualidad no muere
si la influenza azota tu cuerpo
pues he de tenerte abrazada
entre mis sábanas
hasta contagiarme
para usar un tapabocas
como vos
y que nadie
pueda ver
mi rostro
pegado al tuyo.
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