domingo, 31 de enero de 2010

Sofía y la soledad

Más allá de la resignación de chuparle la vagina a la soledad, encontré que la posibilidad de trascenderla es escasa al igual que el tantra cuando le tenés delante a Pamela Anderson desnuda. Hasta ahora sólo enterré mis narices en el polvo de los libros y aprisioné a mi espíritu en las telarañas de las vigas de mi habitación. Buscarle un sentido se torna vicioso como para los existencialistas cuyos pensamientos florecen mejor con la soledad para criticar el sistema vital que mueve sus rumbos y no los dejan felices. De ahí a que prefiera eso es contradictorio porque en ningún momento lo he buscado. Tampoco me deprimo, afortunadamente. Estoy con la libido arrastrando desde hace kilómetros de tiempo que motivos para dudar de mi virilidad no tengo. Por supuesto que me encuentro en el vacío absoluto de la atención ajena pero encontrar consecuencia en los demás, un motivo de unión que permita una conexión, se hace cada vez más difícil gracias al egoísmo no virtuoso que tienen los demás. ¿Soy acaso un gran masturbador que se jacta del deseo ajeno hasta cumplir su acometido y volver después al dantesco mundo de mi habitación para abrirle las piernas a la soledad? No. No encuentro razón para satisfacer las búsquedas de placer de los demás. Sin embargo el rumbo de mi vida no puede descartar toda posibilidad. Me encuentro tan solo en ese insoportable deseo de querer follarme a una puta de Babilonia que las posibilidades me rozan el derecho para burlarse de mi fracaso y dejarme solo con Sofía y la soledad.

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